I share with you an edited version of the Message from our Holy Father. I found it inspiring. I hope you do too. Visit the Vatican website for the full version…
Dear Brothers and Sisters,
Once again, the Pasch of the Lord draws near! Lent summons us, and enables us, to come back to the Lord wholeheartedly and in every aspect of our life.
With this message, I will take my cue from the words of Jesus in the Gospel of Matthew: “Because of the increase of iniquity, the love of many will grow cold” (24:12).
These words appear in Christ’s preaching about how false prophets would lead people astray and the love that is the core of the Gospel would grow cold in the hearts of many.
False prophets
They can appear as “snake charmers”, who manipulate human emotions in order to enslave others and lead them where they would have them go. How many of God’s children are mesmerized by momentary pleasures, mistaking them for true happiness! How many men and women live entranced by the dream of wealth, which only makes them slaves to profit and petty interests! How many go through life believing that they are sufficient unto themselves, and end up entrapped by loneliness!
How many young people are taken in by the panacea of drugs, of disposable relationships, of easy but dishonest gains! How many more are ensnared in a thoroughly “virtual” existence, in which relationships appear quick and straightforward, only to prove meaningless! These swindlers rob people of all that is most precious: dignity, freedom and the ability to love. They appeal to our vanity, our trust in appearances, but in the end they only make fools of us.
A cold heart
In his description of hell, Dante Alighieri pictures the devil seated on a throne of ice, in frozen and loveless isolation. We might well ask ourselves how it happens that charity can turn cold within us. What are the signs that indicate that our love is beginning to cool?
More than anything else, what destroys charity is greed for money, “the root of all evil” This leads to violence against anyone we think is a threat to our own “certainties”: the unborn child, the elderly and infirm, the migrant, the alien among us, or our neighbor who does not live up to our expectations.
Creation itself becomes a silent witness to this cooling of charity. The earth is poisoned by refuse, discarded out of carelessness or for self-interest. The seas, themselves polluted, engulf the remains of countless shipwrecked victims of forced migration.
Love can also grow cold in our own communities. The most evident signs of this lack of love: selfishness and spiritual sloth, sterile pessimism, the temptation to self-absorption, constant warring among ourselves, and the worldly mentality that makes us concerned only for appearances, and thus lessens our missionary zeal.
What are we to do?
By devoting more time to prayer, we enable our hearts to root out our secret lies and forms of self-deception, and then to find the consolation God offers. He is our Father and he wants us to live life well.
Almsgiving sets us free from greed and helps us to regard our neighbor as a brother or sister. What I possess is never mine alone. How I would like almsgiving to become a genuine style of life for each of us! How I would like us, as Christians, to follow the example of the Apostles and see in the sharing of our possessions a tangible witness of the communion that is ours in the Church! Yet I would also hope that, even in our daily encounters with those who beg for our assistance, we would see such requests as coming from God Himself.
Fasting weakens our tendency to violence; it disarms us and becomes an important opportunity for growth. It allows us to experience what the destitute and the starving have to endure and it expresses our own spiritual hunger and thirst for life in God. Fasting wakes us up. It makes us more attentive to God and our neighbor. It revives our desire to obey God, who alone is capable of satisfying our hunger.
With affection and the promise of my prayers for all of you, I send you my blessing. Please do not forget to pray for me.
+Francisco
Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2018
Comparto con ustedes una versión editada del mensaje de nuestro Santo Padre. Lo encontré inspirador. Espero que ustedes también. Visite el sitio web del Vaticano para ver la versión completa…
Queridos Hermanos y Hermanas,
Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.
Con este mensaje, tomaré el ejemplo de las palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo: “Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría” (24,12).
Estas palabras aparecen en la predicación de Cristo acerca de cómo los falsos profetas llevarían a las personas por mal camino y el amor que es el núcleo del Evangelio se enfriaría en los corazones de muchos.
Falsos profetas
Son como “encantadores de serpientes”, o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos.
Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.
Cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de “usar y tirar”, de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor, sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo.
Un corazón frio
Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo, su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?
Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, “raíz de todos los males”. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras “certezas”: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas a creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés. Los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas.
El amor se enfría también en nuestras comunidades. Las señales más evidentes de esta falta de amor son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.
¿Qué podemos hacer?
El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.
El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia.
El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.
Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.
+ Francisco